Viajar en auto me lleva a sentir, el sol entrando por la ventanilla, calentando suavemente mi brazo mientras el paisaje se deslizaba como una película en cámara lenta.
Mi hija dormía profundamente en el asiento trasero, con los mejillas sonrosados por el calor y la cabeza recostada contra su almohada de peluche.
Al frente, mi esposo conducía tranquilo, con una mano en el volante y la otra sobre la palanca, tarareando una canción de Bob Marley que salía suave del estéreo.
Ese viaje a Higuerote entre curvas cerradas, árboles frondosos y una carretera que parecía no tener fin, fue uno de los primeros grandes trayectos familiares que guardo con nitidez en la memoria.
Bob Marley sonaba en el estéreo como si nos acompañará personalmente.
Mientras descendíamos hacia la costa, y aunque a veces el vértigo se apoderaba de mí, el mar al final de la ruta lo compensaba todo.
Esa llegada mágica, con olor a sal y a mango, fue el inicio de una tradición.
Con el tiempo, entendí que viajar en auto se convirtió en mucho más que una forma de trasladarme: es mi forma favorita de conectarme con lo que importa.
Quizás por eso, viajar en auto se convirtió en mi forma favorita de moverme por el mundo.
Libertad real: decidir el rumbo y el ritmo
Una de las cosas que más valoro de viajar en auto es la libertad auténtica que ofrece.
No estás atada a horarios rígidos, a colas de embarque, ni a destinos impuestos.
Puedes cambiar de idea a mitad de camino, detenerte donde quieras o tomar un desvío sólo porque algo en el paisaje te llamó la atención.
Aquel desvío inesperado en ese pueblo costeño, donde nos recibió una señora que vendía empanadas frente a su casa, se convirtió en el corazón de ese viaje.
Y así entendí que, cuando uno viaja en auto, el camino es tanto o más importante que el destino.
Lo invisible que queda grabado
Cuando vuelas o te trasladas de forma más “eficiente”, muchas veces te pierdes de los momentos intermedios.
Pero en el auto, esos momentos se vuelven protagonistas.
Están los silencios compartidos que no incomodan.
Las canciones que se vuelven himnos del trayecto.
Las preguntas inesperadas de tu hija mirando por la ventana, señalando una montaña, un animal, un río.
Las carcajadas por alguna ocurrencia, las historias inventadas para pasar el tiempo, las meriendas improvisadas con lo que haya en la hielera.
Todo eso —lo que no figura en las fotos, lo que no se planifica— es lo que más guardo de esos viajes.

Rituales que se hacen tradición
Sin darnos cuenta, fuimos creando muestras tradiciones en pareja, nuestros rituales de carretera.
Elegir la música del viaje el día anterior. Armar bolsitas de snacks caseros.
Cargar el auto la noche previa, dejando solo el termo del café y la mochila a mano.
Siempre había un cuaderno para que mi hija dibujara o anotara cosas que veía.
Siempre llevábamos una manta por si se dormía durante el trayecto.
Y esas repeticiones, lejos de hacer el viaje monótono, lo hacían nuestro.
Una intimidad que solo se da en la ruta
El auto, por horas, se convierte en una especie de refugio sobre ruedas.
No hay pantallas, notificaciones ni multitudes.
Hay ojos mirando el camino, conversaciones que se alargan sin prisa, tiempo para pensar, para observar, para escuchar.
En esos viajes, sentí que podía mirar a mi hija crecer de cerca.
Que podía conectar con mi pareja desde otro lugar.
Que el auto, lejos de separarnos, nos acercaba.
Viajar en auto se adapta a cada etapa de la vida
Cuando mi hija era pequeña, los viajes en auto eran una mezcla de emoción y logística.
Había que prever juegos, comida, pausas, paciencia.
Pero también había asombro, preguntas, ternura.
Hoy, ya adulta, esos viajes viven en la memoria de ambas.
A veces los repetimos en otras formas, a veces los recordamos en sobremesas con nostalgia.
Pero la esencia sigue ahí: la posibilidad de adaptar el viaje a lo que estamos viviendo, a lo que necesitamos en ese momento.
Viajar en auto es como volver a lo simple, a lo esencial.
Y también, como volver a una parte de mí que se siente más libre, más creativa, más viva.
Planificar sin perder la magia
Con los años, también aprendí que un poco de organización puede potenciar mucho la experiencia.
Tener anotadas algunas paradas interesantes, saber dónde dormir, llevar una lista de lo que no puede faltar, o incluso armar una bitácora de viaje ayuda a disfrutar más y preocuparse menos.
Por eso, creé mi propio planificador de viaje en pareja, una herramienta sencilla para anotar rutas, registrar recuerdos, llevar el presupuesto y no olvidar los pequeños detalles que después se transforman en historias.
Volvería a elegirlo una y otra vez
Si pudiera elegir ahora mismo una forma de volver a viajar con mi hija pequeña, elegiría el auto sin dudarlo.
No por nostalgia, sino porque sé que en esa burbuja rodante se tejen vínculos, se ensanchan los paisajes, y se guarda, sin querer, una parte importante de la vida.
Viajar en auto es para mí mucho más que un medio de transporte.
Es una forma de mirar el mundo con otros ojos.
Es aprender a detenerse. Es descubrir que lo importante, muchas veces, no está en llegar, sino en todo lo que ocurre en el camino.