Comenzar algo nuevo siempre trae consigo una mezcla intensa de emociones, descubrir cómo enfrentar miedos.
—“No debo, siento miedo, tiemblo. ¿Cuál es la línea entre lo que deseo y lo que necesito? Dilema”—
Pero junto a la emoción, también aparecen las dudas, la inseguridad y los miedos.
Es como si en la misma maleta donde guardamos nuestros sueños, también se colaran las voces que nos preguntan si realmente estamos listas.
Si vale la pena arriesgar, si no sería mejor quedarnos en lo conocido.
He tenido muchos de esos momentos.
Desde mis primeras publicaciones en un blog hasta emprender proyectos creativos, mudarme de país o lanzar productos que nacieron de mis propias experiencias.
En cada inicio, el miedo estuvo ahí, observando desde la puerta, a veces susurrando y otras gritando.
Lo aprendí con el tiempo: no se trata de eliminarlo, sino de aprender a caminar con él.
Nombrar lo que asusta
Durante mucho tiempo, mis miedos eran como sombras difusas.
Hay ilusión, curiosidad y ese cosquilleo en el estómago que nos recuerda que estamos a punto de dar un paso importante.
Sabía que estaban ahí, pero no lograba verlos con claridad. Un día entendí que ponerles nombre era la forma más efectiva de quitarles fuerza.
Empecé a reconocer que uno de mis temores más grandes era el miedo al fracaso.
Esa sensación de que si no lograba lo que me proponía, mi esfuerzo no valdría nada.
También estaba el miedo a no ser suficiente, a que mi trabajo no estuviera a la altura, a que mi voz no tuviera peso.
El llamado síndrome del impostor se adueñaba de mis pensamientos.
Y, cómo no, el miedo a la opinión ajena, esa preocupación por lo que dirían los demás si me equivocaba o si algo no salía como esperaba.
Nombrarlos no hizo que desaparecieran de un día para otro, pero me dio una especie de mapa.
Ya no eran monstruos invisibles; podía verlos y, en cierta forma, decidir cómo relacionarme con ellos.
Descubrí que algunos miedos se alimentaban de mi falta de organización, de esa sensación de caos que me hacía sentir que cualquier error sería irremediable.

El poder de avanzar incluso con miedo
En cada nuevo proyecto, aprendí que esperar a que el miedo se vaya para actuar es un error.
El miedo rara vez desaparece por completo.
A veces, lo único que podemos hacer es invitarlo a caminar con nosotras y seguir adelante.
Me ayudó mucho comenzar por pasos pequeños. Convertir el caos en creación. Eso se convirtió en mi brújula.
Si el objetivo parecía demasiado grande, lo dividía en acciones simples que podía cumplir sin sentir que me estaba lanzando al vacío.
Así, en lugar de pensar en “lanzar un negocio” o “publicar un libro”, me concentraba en escribir una página, hacer una llamada o diseñar una primera versión.
Otra clave fue recordar mis “por qué”. Tener presente la razón profunda que me impulsaba a dar cada paso me devolvía la fuerza para continuar.
Cuando dudaba, volvía a pensar en esa mujer que quiero ser, en la vida que quiero vivir, en el tiempo de calidad que busco para mí y para quienes amo.
No puedo dejar de mencionar el valor de rodearme de personas que creyeran en mí incluso cuando yo dudaba.
El apoyo emocional de mi pareja, mi familia y amigas ha sido muchas veces la diferencia entre abandonar y seguir.
A veces basta con que alguien te recuerde lo que vales para que el miedo se sienta un poco más pequeño.
Y, por supuesto, la organización fue mi refugio.
Convertí mis métodos y herramientas en una especie de escudo que me daba seguridad.
Saber que tenía un plan, que había pensado en los detalles, me ayudaba a reducir la ansiedad y a ganar claridad.
En esos momentos, la planificación no era solo un tema de productividad, sino de cuidado emocional.
Cuando el miedo ganó
Sería fácil contar esta historia como si siempre hubiera logrado superar mis miedos, pero no sería real.
Hubo ocasiones en las que el miedo ganó.
Momentos en los que pospuse una idea hasta que perdió fuerza, o en los que me convencí de que no era el momento adecuado para intentarlo.
También hubo proyectos que dejé a medias, no porque no fueran importantes, sino porque la inseguridad me llevó a pensar que no estaba lista.
Durante mucho tiempo, esas decisiones me dejaron con una sensación amarga.
Me costaba aceptar que había cedido terreno al miedo. Sin embargo, con el tiempo entendí que incluso esos momentos tienen un valor.
No todos los intentos fallidos son pérdidas; a veces son pausas necesarias para ganar perspectiva o para regresar más fuerte.
El hecho de no enfrentar un miedo en un momento concreto no significa que nunca lo harás.
Cómo Enfrentar Miedos y Aprender de cada intento
El mayor aprendizaje que me han dejado estos años es que el miedo, en realidad, es un indicador de que algo importa.
Si siento miedo antes de un proyecto, probablemente es porque me involucra, porque toca una parte importante de mí.
Aprendí a diferenciar entre la prudencia —esa voz que te advierte de los riesgos reales— y la parálisis —esa otra que exagera las consecuencias y te impide moverte—.
Cada vez que me atreví, aunque fuera con dudas, gané algo.
A veces fue la satisfacción de lograr lo que buscaba; otras, la lección de que no todo sale como lo planeamos, pero siempre podemos ajustar y seguir.
Incluso cuando el resultado no fue el que esperaba, quedaba la certeza de que lo había intentado, y eso por sí solo me hacía sentir más libre.
El miedo como maestro silencioso
Hoy no puedo decir que ya no tengo miedo.
Sería falso.
Cada vez que empiezo algo nuevo, ahí está, observando desde la esquina.
Pero ya no lo veo como un enemigo, sino como un maestro silencioso que me recuerda que estoy saliendo de mi zona de confort.
Lo escucho, tomo lo que me sirve y sigo adelante.
Descubrí que, en muchos casos, el miedo se disfraza de perfeccionismo.
Esa idea de que hasta que todo esté perfecto no puedo dar el primer paso.
Pero la perfección es una trampa. Si esperamos a sentirnos listas al cien por ciento, lo más probable es que nunca comencemos.
Vivir con miedo… y con libertad
La libertad que tanto valoro no es la ausencia de miedo, sino la capacidad de vivir plenamente a pesar de él.
Significa entender que el tiempo es demasiado valioso para dejarlo pasar esperando un momento perfecto que quizás nunca llegue.
Significa también aceptar que, aunque no siempre vamos a ganar, cada intento es un avance.
En mi camino, he visto cómo esos miedos iniciales se transforman en historias de superación, en recuerdos que me recuerdan que soy capaz de más de lo que creía.
Y eso es algo que quiero transmitir a quienes me leen: no se trata de no tener miedo, sino de no permitir que te robe las oportunidades de vivir lo que sueñas.
Un paso, aunque sea pequeño
Si estás en ese punto donde una idea te ilusiona pero el miedo te detiene, mi invitación es simple: da un paso, aunque sea pequeño.
No necesitas tener todo claro, no tienes que sentirte segura en cada movimiento.
Solo hace falta decidir que tu vida vale más que tu miedo.
Cada vez que comienzo algo nuevo, me recuerdo a mí misma que lo importante no es eliminar el miedo, sino elegir avanzar con él a mi lado.
Y, curiosamente, muchas veces al mirar atrás descubro que el miedo era más grande en mi cabeza que en la realidad.
La vida, con sus cambios y comienzos, no nos espera a que estemos listas.
Está ocurriendo ahora, y lo único que podemos hacer es atrevernos a vivirla, con todo lo que trae: ilusión, incertidumbre y, sí, un poco de miedo.