¿Y sí una tradición ya no nos representa? Cómo crear nuevas tradiciones y soltarlas sin culpa.
Esto que ves Soy Yo, ni más ni menos,
Un dia alegre, un día triste,
Un dia peleando batallas otro llorando pérdidas,
Un dia paz otro guerra,
Un dia mar otro arena,
Un dia madre un dia niña,
Un dia pasión, otro ternura,
Un dia sol otro luna,
Un dia de luto otro de fiesta
Un dia espacio, un día infinito,
Un dia volcán, un dia calma,
Un dia frio, un dia calor
Un dia canción, un dia poema,
Un dia de lágrimas y otro suspiros,
Un dia seré valiente, otro moriré de miedo,
Es todo lo que soy,
No es mucho,
Pero es todo.
Yo |Refugio en prosa | Annifel Fernández
Las tradiciones son como líneas invisibles que nos conectan con nuestra historia.
Nos transmiten identidad, pertenencia y recuerdos compartidos.
Muchas veces, son las responsables de que una simple fecha se convierta en un momento especial, cargado de símbolos y emociones.
Pero también ocurre que, con el paso del tiempo, algunas tradiciones dejan de resonar con nosotros.
Lo que antes nos emocionaba puede sentirse forzado, repetitivo o incluso vacío.
Ahí surge una pregunta difícil: ¿qué hacemos cuando una tradición ya no nos representa? Y, sobre todo, ¿cómo la soltamos sin sentir culpa?
La tradición como raíz y pertenencia
Crecemos rodeados de rituales familiares, culturales o espirituales que nos enseñan a valorar la unión, el compartir y la continuidad.
Son parte de nuestras raíces y, de algún modo, nos dan seguridad.
Recuerdo varias tradiciones de mi infancia que me llenaban de ilusión: preparar comidas típicas en Navidad, reunirnos en casa de mis abuelos, o los pequeños rituales religiosos que parecían darle sentido al calendario.
En ese entonces, esas costumbres me hacían sentir parte de algo más grande.
Con los años entendí que las tradiciones no siempre son universales ni eternas.
Algunas nos acompañan por etapas, y luego dejan de ajustarse a quienes somos.
El momento de la incomodidad, crear nuevas tradiciones
El primer indicio de que una tradición ya no encaja es esa incomodidad silenciosa: cuando la repetimos solo “porque toca”, sin entusiasmo real.
Esa sensación la viví por primera vez justo antes de casarme.
La familia de mi esposo acostumbraba a hacer una gran fiesta de bodas.
Era lo que todos esperaban, lo que “debía hacerse”.
Pero mi entonces novio y yo ya habíamos conversado largo y tendido sobre esto: no queríamos una fiesta.
No teníamos nada en contra de las bodas con banquete, música y baile, pero esa tradición no resonaba con nosotros.
Decidimos que nuestro matrimonio sería un acto espiritual y profundamente íntimo, sin acompañarlo de un festejo.
Con el tiempo, tomamos una decisión similar con otros rituales: el bautizo de nuestra hija, su primera comunión y demás momentos espirituales de su vida serían vividos de forma personal y familiar, sin fiestas sociales alrededor.
Ese fue mi primer gran aprendizaje: soltar una tradición puede generar incomodidad en los demás, pero también puede darnos una sensación de coherencia y libertad difícil de describir.
La culpa como obstáculo
No fue fácil.
La culpa apareció muchas veces: ¿estábamos rompiendo con algo importante?, ¿íbamos a decepcionar a nuestra familia?, ¿sería un error privar a nuestra hija de esas fiestas que para otros eran esenciales?
Lo comprendí con los años: la culpa nace porque confundimos tradición con obligación.
Pero en realidad, una tradición es un camino, no una cárcel.
Si nos obliga a vivir de un modo que no sentimos auténtico, deja de cumplir su propósito y se convierte en una carga.
Soltar no significa despreciar ni olvidar.
Significa aceptar que esa tradición cumplió su ciclo y que podemos abrir espacio para nuevas formas de celebrar que sí reflejen quiénes somos hoy.
Cómo soltar sin culpa y crear nuevas tradiciones
No todas las tradiciones necesitan romperse de golpe. A veces basta con transformarlas. Estos son los pasos que me ayudaron a soltar sin remordimientos:
- Reconocer: aceptar que esa tradición ya no me representa, aunque lo haya hecho antes.
- Dialogar: hablarlo con mi familia y explicar por qué necesitaba hacer cambios.
- Redefinir: transformar el ritual en algo propio, íntimo, adaptado a nuestra esencia.
- Sustituir: crear nuevas tradiciones que nacieran desde el amor, no desde la obligación.
Un ejemplo muy concreto fue en los viajes.
Cuando emigramos, descubrimos que el caos de una mudanza o de unas vacaciones improvisadas nos agotaba.
Así que creamos una nueva tradición como familia: cada viaje lo planificamos con un calendario sencillo de lugares que visitar y comidas para hacer fuera de casa.
Puede sonar simple, pero esa organización nos ayudó a ahorrar tiempo y dinero, y, sobre todo, a disfrutar más de la experiencia.
Ese calendario se convirtió en un ritual propio, lleno de intención y significado.
Crear nuevas formas de celebrar
Aprendí que no se trata de quedarnos sin rituales, sino de crear los nuestros.
Cada etapa de la vida merece símbolos propios.
En nuestra familia, decidimos que los rituales espirituales los viviríamos de manera íntima, sin fiestas externas.
Así podíamos concentrarnos en la profundidad de cada momento, guardando esos recuerdos como un tesoro solo nuestro.
Liberarnos de las presiones sociales nos dio espacio para hacer cada celebración más auténtica y significativa.
Por ejemplo, en lugar de grandes fiestas religiosas, elegimos momentos tranquilos: una cena especial en casa, un viaje simbólico, una conversación en la que compartimos lo que sentimos.
Descubrimos que lo importante no era el ruido externo, sino la conexión interna.
Lo que queda cuando soltamos
Al soltar ciertas tradiciones entendí algo fundamental: no perdemos identidad, la renovamos.
Al dejar ir lo que ya no encajaba, recuperé libertad.
Liberarnos de las fiestas sociales en nuestros rituales espirituales nos dio más espacio para concentrarnos en lo que realmente queríamos vivir.
Fue un recordatorio de que la vida no se trata de cumplir expectativas externas, sino de honrar nuestra verdad.
Hoy, cuando pienso en esos momentos, no recuerdo un salón lleno de gente, sino miradas, abrazos y conversaciones íntimas que quedaron grabadas en mi memoria.
Las tradiciones son hermosas cuando nos representan.
Pero cuando dejan de hacerlo, tenemos el derecho —y la responsabilidad con nosotros mismos— de soltarlas.
Soltar no es una traición al pasado, sino una forma de darle espacio al presente.
Las tradiciones deben ser herramientas de conexión, no cadenas que nos aprisionan.
Quizás la pregunta que deberíamos hacernos no es “¿qué tradición debo seguir?”, sino: ¿qué tradiciones me ayudan hoy a vivir en coherencia, libertad y plenitud?
Soltar una tradición no es perder: es abrir espacio para crear otras que reflejan quién eres ahora.
Y en ese acto, la vida se vuelve más auténtica, más ligera y mucho más libre.