Libertad
Cuentos Cortos

Libertad

Wilmer tenia nueve años de haber llegado de Venezuela a la Argentina, tenia cuatro de haberle contado a su familia y amigos que era homosexual. Aún recuerda cómo la mitad lo tomó como una sorpresa trágica, la otra mitad lo tomó como si les hubiesen contado que tenía una enfermedad incurable. Y así pasaba sus días: O lo trataban como como una tragedia viviente, o con lástima, por eso había decidido no decir nada ni en su nuevo trabajo de medio tiempo como asistente administrativo, ni en la facultad donde estudiaba administración de empresas.

Pero hoy se levantó feliz, es un día especial para él, no es su cumpleaños pero si el segundo día más especial de su vida: el Día del Orgullo Gay.

Se había quedado en casa de su amigo Carlos para poder alistarse a tiempo y disfrutar más de su día. Se despertó con una sonrisa, estaba bastante contento, ya se había acostumbrado a desayunar mate con galletitas, era más fácil y rápido que los elaborados desayunos venezolanos, con arepas, huevos y café. Despertó a Carlos y a los otros dos amigos que también se habían quedado a dormir en esa casa.

Le lanzaron almohadas, querían dormir un poco más, pero Wilmer no los dejó, cebó el mate, del comedor emanaba el olor a mate, abrió la bolsa de galletitas y se las ofreció.

Desayunaron juntos, pidió primero el baño y salió corriendo antes de que alguien más se le adelantara, quería ser el primero en arreglarse. Y así fue, faltaban veinte minutos para las once de la mañana, y él ya estaba listo. Tenía sus orejas de conejo, su colita, y su barba pintada de colores. Estaba feliz, comenzó a tocar las puertas de las habitaciones como un niño ansioso por ir al parque, la emoción no lo dejaba tranquilo.

Los demás salieron igual de emocionados,y luciendo sus mejores prendas. Cada uno vistió un disfraz distinto, se abrazaron llenos de emoción, salieron con la convicción de que iban a pasarla bien y a celebrar, se lo merecían.

La marcha transcurrió sin ningún percance. Había mucha gente alegre con un ambiente festivo.

Observaron a un par de heterosexuales curiosos, había gente que los apoyaban desde los balcones, también música, y bailes.

Por un momento se entristeció al pensar en sus padres y su familia.

–¿Que pensarían de él si lo vieran allí?–

Movió la cabeza como un gesto para borrar esos pensamientos, hoy estaba feliz y quería celebrar, sentirse libre. Caminaron por toda la avenida, bailaron, tomaron un par de cervezas.

Wilmer sabía que tenía que estudiar al día siguiente para un examen el lunes en la Facultad, sin embargo eso no lo detendría a disfrutar su “Día especial”.

Esperaba todo el año este día, para él era su mañana de navidad, la emoción era la misma que los niños sienten al despertar y ver sus regalos bajo el árbol.

Conoció muchas personas, se asombró al ver abogados, doctores, maestras, y cualquier cantidad de personas de todo tipo, la música invadía el lugar, el clima era cálido y los abrazaba una brisa fresca, típica de las primaveras porteñas.

También conoció muchos heterosexuales muy geniales que iban en apoyo a los marchantes.

Fantaseaba con la idea de que sus padres viajaran a la Argentina, y lo acompañaran, así cómo lo hizo esa pareja de abuelos heterosexuales que conoció en una de las primeras esquinas, acompañaban a su nieto Lucas, un abogado brillante.

Así pasaron la tarde, entre risas, conociendo personas nuevas, bailes y celebración, tomaron muchas fotos.

Levantaba las manos, y al ritmo de la música bailaba con los ojos cerrados, se sentía libre, era una catarsis sin fin.

Y así pasó su tarde, siendo él mismo.

Miró la hora en su celular, eran las seis y treinta.

-¡Carlos, debo irme! -éste lo miró con tristeza :-

-Sé que tienes el exámen, vamos a casa para que te cambies de ropa–

Se acercaron a los demás para informarles que iban a casa de Carlos y todos hicieron el gesto con la mano de que ellos los acompañarían.

De vuelta en casa, Wilmer entra al baño se ducha bastante rápido, no quería llegar muy tarde a La Plata. Sabía que entre la Marcha del Orgullo Gay y el juego de Boca la fila para el micro iba a estar muy larga.

Guardó sus orejitas y colita de conejo en su mochila, se miró al espejo para que no hubiese rastros de pintura, se puso la remera del Boca y salió. Carlos lo esperaba afuera con un vaso de agua y un par de alfajores

–¡Para el camino! –y le hizo un guiño con el ojo.

Wilmer lo miró y sonrió.

Un abrazo los unió.

-¡Hasta el próximo año! -Todos se rieron, igual se verían el fin de semana para el cumple de Miguel.

Carlos lo acompañó hasta la calle y se volvieron a abrazar.

Wilmer siguió su camino, cada vez que veía grupos del Boca levantaba la mano en señal de apoyo, no le gustaba el fútbol.

Llegó a la fila, se colocó la mochila hacia adelante, la abrazaba fuertemente, no era por seguridad, por el contrario, recordaba lo bien que la pasó ese día.

Se sentó del lado de la ventana, volvió a abrazar su mochila, se aferraba a ella, recostó la cabeza a la ventana, se quedó mirando fijamente hacia la calle, una lágrima rodó por su mejilla.

-¿Cuándo seré libre en verdad?

Secó sus lágrimas con la remera, suspiró, sacó sus audífonos y coloca en su YouTube Music el tema “Color Esperanza” de Diego Torres.

A su lado se sentó un joven que venía con otro grupo de amigos, Wilmer asumió que venía de ver el juego, todos en el grupo tenían remeras de Boca. El joven lo toca con el hombro, Wilmer se quita uno de los audífonos para escuchar

– ¿Qué mal que perdimos no? –

  • Si si…, que mal que perdimos ¿no? – Y con un renovado aire, suspira, y aprieta su mochila –Seguro que el el año que viene, será mejor–

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